Wednesday, August 26, 2020

Cuando nuestro gatito Milo se fue de casa

 

A medida que nuestros gatitos fueron creciendo, también les fuimos enseñado como salir al patio a jugar, y luego les tocamos una campana para que vuelvan a entrar a comer. Esto se fue haciendo costumbre, a veces no era necesario tocarles la campana pues siempre estaban cerca para entrar. Poco a poco con el tiempo, empezamos a ver que Milo, el gatito menor, el que parece tigre, se quedaba olfateando las plantas y a veces como dudando si entrar o no, finalmente siempre lo hacía. Luego vimos que cuando salía le gustaba quedarse acostado en el límite del patio, donde termina el cemento, debajo del cerco, en el pasto (grama) de afuera de nuestro patio. Siempre pensamos que era porque es curioso y  a el le encanta dormir al lado de la puerta de vidrio del patio, así que era como normal.

En una ocasión que los hicimos entrar, Milo se demoro más que los demás y parecía que venía de afuera del cerco. Y en otra ocasión que se puso a llover les abrimos rápido como solemos hacer para que no se asusten y no se mojen, ellos entran corriendo, pero en esa ocasión Milo se demoró un poco más y venía mojado, no así Pascal y Sunshine que estaban resguardado bajo el techito de nuestra casa que cubre cierta parte del patio. Empezamos a notar que Milo salía mucho más lejos de casa a “caminar e investigar”. Pero un día no volvió.

 

El  martes 11 de agosto sucedió que después de estar su tiempo de juego en el patio, Pascal y Sunshine entraron como siempre, pero como Milo no venía Sunshine volvió a salir y se quedó parada casi antes de entrar mirando hacia la puerta del patio, un sector donde suelen ir a jugar, y de donde venía Sunshine, me pareció como que salía a buscar a su hermano Milo, creyendo que estaba por ahí. Pero Milo no volvió, le tocamos la campana y nada. Salimos todos a buscar por todo el barrio, por diferentes áreas, pensando en donde podría estar, lo llamábamos, pero nada, ninguno de nosotros lo encontró.

Llegó tarde la noche y lo salíamos a mirar al patio a cada rato, pero no volvía. Todos estábamos muy tristes pero el que estaba peor era Elías, Milo es su gato, duermen juntos, se abrazan, juegan, Milo se mete por su pelo dándoles mordiscos suaves, “besos de gatos” y lengüetazos, también en su cuello. Elías aguantando los lagrimones nos decía que salía  a cada rato a mirar al patio a ver si llegaba.  Después me di cuenta que todos hacíamos lo mismo. Pero nada, esa noche no llegó aunque fuimos a mirar hasta muy tarde.

Por supuesto oramos y rogamos al Señor que lo cuidara, porque es un gatito nuevo de 4 meses que poco sabe de la vida y menos de la maldad de algunas personas y otros animales. Estábamos asustados que le pasara algo, pero orar nos hizo bien. De los 3 gatitos, Milo es el más amistoso, más cariñoso y complaciente, pensábamos; “seguro alguna familia se lo dejó”, “seguramente él ha estado yendo hace tiempo y le dan comida”, “seguro que se quiso ir”, o “a lo mejor no lo dejaron volver a salir”, etc. Muchas eran las posibilidades.

Llegó el miércoles, imagínense como andábamos todos buscando si es que había llegado, pero no, pasaron horas y más horas, hasta que llegó la noche, pero nada, Milo no llegó. Muy tarde antes de irnos a acostar, lo salí a llamar, pero preferí tocar la campana de la comida muy fuerte, durante mucho tiempo, mis niños me decían que parara porque estaba molestando a los vecinos, y sí era cierto, pero había que intentarlo, había que hacerlo recordar ese ruido conocido para el. Pensábamos cómo no nos va a extrañar, cómo no va a echar de menos a sus hermanos, etc. Ya hace tiempo no estábamos molestos con el, solo queríamos que llegara, solo queríamos abrazarlo, darle besos, decirle y demostrarle cuánto nos asustamos y cuánto lo amábamos. Pero fue un día muy triste Milo no llegó en todo el día ni en la noche. Volvimos a dejar las persianas abiertas por si volvía lo pudiéramos ver fácil.

Ese día puse un aviso en NextDoor una aplicación para unir a los vecinos. Ahí muchos sintieron mi dolor y preocupación. Puse una foto de Milo, todos ofrecieron ver si lo encontraban, o si lo veían me avisarían, me dieron nuevas ideas para volver atraerlo, varios me entendían o habían pasado por lo mismo, etc. ¡La gente fue muy cariñosa!

Cuando ya estábamos acostados le empecé a contar a Franco mis reflexiones acerca de Milo, después de otro día de orar por Milo, le dije: “Sé que algo debemos aprender de esta experiencia, el Señor nos quiere enseñar algo, y en mis pensamientos he estado reflexionando que todos somos un poco como Milo, nos gusta jugar en el límite. Nos vamos “acostando de a poco afuera del patio”, ya estamos saliendo, pero aún cumpliendo con el límite, nadie nos puede decir nada. Luego, poco a poco nos vamos alejando, empezamos a probar lo que no debemos, primero una probada corta, casi no se nota, después un poco más, pero no nos damos cuenta que empezamos a coquetear con el pecado y creemos que no pasa nada, pero nos estamos alejando de Dios sin darnos cuenta. Cuando llega el día que estamos completamente lejos de casa de repente nos damos cuenta que no podemos volver,….” Y le dije; “Si Milo empezó a probar de ir  a visitar otra casa puede que lo hayan encerrado y ya no lo hayan dejado salir, pero no sabremos qué pasó con él para ayudarlo. Eso mismo nos pasa a nosotros cuando nos alejamos de Dios y nos atrapa el diablo, nos encierra y ya no nos deja ir”. Estaba en medio de mis reflexiones cuando desde nuestra ventana que da al patio empezamos a escuchar un llanto de un animal. Era raro pensar en Milo porque el no “hablaba”, o sea, no emite ruidos, ni llanto, solo Pascal ha sido el que se expresa, alega, llora o trata como de hablar. Franco quiso ir corriendo al patio, pero le pedí que mirara de inmediato por la ventana que está en su lado, que sería más rápido para ver y yo salí corriendo al ventanal del patio, y como la persiana estaba abierta vi a Milo llegar desesperado, me rogaba con sus patitas que el abriera pronto, le abrí la puerta y entró corriendo como si lo vinieran persiguiendo, lloraba mucho, venía muy asustado, agitado, muy nervioso, lo abracé y besé. Franco llegó a lo mismo. Como estaba inquieto lo puse en el suelo, le ofrecimos comida y agua, pero no podía comer nada, pues estaba muy agitado y nervioso. Empezó a revisar toda la cocina, el comedor, olfateaba, y caminaba mirando, como feliz de reconocer su casa, como queriendo verificar que era verdad. Fuimos a despertar a sus hermanos, y lo besaron, se acercaron a el, lo llevaron a comer y ahí si comió algo. Todos estaban contentos. Era la 1:30 am del jueves 13 de agosto. Fui a despertar a mis 3 hijos avisándoles con alegría que Milo había llegado, las chicas felices se levantaron para ir a recibirlo y poder tomarlo en brazos, entonces se lo lleve a Elías, que casi no pudo despertarse, pero se alegró de verlo, lo abrazó y se volvió a dormir. Las chicas y nosotros estábamos felices. Y Milo fue a ponerse listo para que lo cubriéramos en su casa-jaula donde duerme, estaba listo para dormir, ¡y nosotros estábamos tan sorprendidos! Siempre hay que perseguirlos a la hora de acostarse para que vayan a sus casitas. Oramos, dimos gracias a Dios y nos fuimos a acostar. Y en mi camino de vuelta le dije a Franco, tengo la segunda parte de mi reflexión respecto a Milo y su escapada, Franco se largó a reír y le empecé a contar: “Vivimos la experiencia en carne propia de lo que habla la parábola del Hijo Pródigo, pues pudimos experimentar de ir a mirar a cada instante el ventanal, cada día si Milo llegaba, lo estuvimos esperando con amor aunque el se había portado mal, pero no pensábamos en corregirlo, ni retarlo, ni nada, solo queríamos abrazarlo y mostrarle nuestro amor, y estábamos tan preocupados que le pasara algo malo, que lo único que importaba era que Milo regresara a casa, y así igual que ese padre recibió a su hijo que se fue a gastar toda su fortuna, y se fue  a portar mal y cuando regresó arrepentido, ni alcanzó a pedir perdón cuando el padre ya lo estaba recibiendo con amor y un gran abrazo!”.

Lucas 15:11-32 “…13 No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente…. 20 Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó.21 Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo…”

 

Sinceramente creo que fue una gran experiencia, prefiero haberla vivido con un gato antes que con alguno de nuestros hijos y en el nombre de Jesús que nunca tengamos que vivirlo, pero ya sabemos que lo importante de todo esto, es volver a casa. Aunque a veces creamos que ya es tarde, o que ya Dios no nos querrá recibir, o nuestra familia no querrá recibirnos, recordemos “la campana”, esa campana que Jesús hace sonar sin parar en nuestros corazones y nos recuerda que hay comida en su casa y que es hora de volver con El.